– Abuela, ¿cuánto tiempo llevas sin hacer un dibujo?

– ¡Ui! Años y años, «serca» treinta, por lo menos. Desde que «ustés» érais chicos.

Al día siguiente me presenté en su casa con unas pinturas.

-Abuela, hoy vamos a pintar, ¿qué te parece la idea?

Se rió.

– ¿Y qué hago? Yo solo me acuerdo de hacer la casita con su árbol y su chimenea.

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– ¡Pinta lo que te haga feliz, abuela!

– Pues «tó ustés», mi familia. Pero eso es un poquillo complicado para mí.

– Pues lo segundo que te haga más feliz.

Se quedó pensando sin dejar de sonreír, yo notaba en su rostro una chispa de ilusión.

¡Mis macetas!

– ¡Eso es! Venga, adelante.

Poco a poco fue avanzando, dudaba, me miraba y me decía todo el rato que iba a quedar fatal, pero seguía y mojaba el pincel con el mismo salero que el de una cría. Y es que ella, con sus ochenta y ocho años (y algunos achaques), nunca dejará de sorprenderme.

– ¡Ea!¡San se acabó!

La felicité y me quedé mirando la parte de abajo, en medio del macetero.

– Niña, la tierra, esto es la tierra.

–  Si, si claro. Está fabuloso, abuela. ¿Qué te parece si lo colgamos?

–  Ahí, «por sima el almanaque».

Se quedó mirándolo unos segundos y añadió.

–  Así, desde lejos es como se ve bonito.

 

 

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«Mis macetas» – Sierra L., 88 años.

 

 

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